José Carlos Martinat
Crédito: Sayyid Ovalle SCRD

“En Colombia hay una convivencia alucinante entre patrimonio y vandalismo”: José Carlos Martinat

El artista peruano José Carlos Martinat es uno de los invitados internacionales a la Bienal Internacional de Arte y Ciudad, BOG25. Su obra gira en torno al espacio público, la apropiación simbólica de los monumentos, la propaganda política y los contextos urbanos.

Por Óscar Mayorga

La Bienal Internacional de Arte y Ciudad de Bogotá, BOG25, organizada por la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte del 20 de septiembre al 9 de noviembre, es uno de los eventos culturales más esperados del año, pues reunirá a cerca de 100 artistas nacionales e internacionales en una muestra artística sin precedentes en el país. Su eje curatorial, titulado Bogotá, ensayos sobre la felicidad, cuestiona a través del arte la idea tradicional de felicidad como un imperativo de vida, y pone en el centro de la conversación las distintas posibilidades de vivir y habitar a Bogotá: el goce y el ocio, lo ritual y la naturaleza, las idiosincrasias de una ciudad de clima frío en un país tropical, y la promesa de llegar a la capital para hacer realidad sueños y proyectos de vida.

El peruano José Carlos Martinat (Lima, 1974), considerado uno de los artistas más disruptivos y provocadores del arte latinoamericano contemporáneo, será sin duda uno de los grandes animadores de la BOG25. Su obra desafía de manera frontal las narrativas tradicionales de la política a partir de referentes urbanos tan potentes como los monumentos, los murales y los grafitis.

Por más de dos décadas, Martinat ha trabajado en las intersecciones entre arte, tecnología y ciudad, explorando las tensiones sociales que se graban en las paredes, los monumentos y las calles. Con intervenciones tan poéticas como polémicas, es capaz de transformar en arte los restos de un grafiti, los fragmentos de carteles con propaganda política o la silueta de un monumento olvidado.

Entre sus exposiciones e instalaciones más recordadas se encuentran Abstracción de poder 1 y 2, Oratoria, American Echo Chamber en el Pérez Art Museum Miami (2018), Ejercicio Superficial #12 en la Saatchi Gallery de Londres (2014) y Brutalismo en la Galería Leme de São Paulo (2007). Ha participado en las bienales de Shanghái (2012), La Habana (2015), Cuenca (2016) y en dos ediciones de la Bienal del Mercosur (2009 y 2015). Además, ha expuesto su obra en instituciones como el Tate Modern de Londres, el Museum of Fine Arts de Boston y el Museo de Arte de Lima, entre otros.

De paso por Bogotá, donde estuvo visitando locaciones en la antesala a la BOG25, el artista habló sobre sus trabajos recientes y sobre cómo el arte puede interpelar a los habitantes de una ciudad en torno a cuáles son sus símbolos patrimoniales, los distintos relatos hegemónicos de poder que la definen y las representaciones que, desde lo cotidiano, reivindican las demandas de individuos, comunidades y movimientos sociales. 

En la serie Ejercicios superficiales sobre dispositivos de deleite, usted realizó extracciones de esculturas del espacio público usando láminas de cobre. ¿Cuál es la intención detrás de estas acciones? ¿Qué lo impulsa a intervenir el patrimonio urbano?

Este proyecto pertenece a una serie en la que trabajo en el espacio público, donde me interesa empujar los límites de lo permitido y lo prohibido. Yo no pido autorización. Me aprovecho, digamos, de la libertad que ofrece el espacio público para hacer estas copias de esculturas y monumentos. Parte de los principios del proyecto es hacerlo sin permiso alguno. Mi formación es como artista y mi trabajo tiene mucho que ver con la resignificación y reutilización de objetos existentes, tanto en el espacio público como en el virtual. Voy reconstruyendo o recontextualizando lo que encuentro para crear obras. Estos monumentos son depósitos de símbolos, de relatos contados desde un solo lado. La historia nunca está completa. Me interesa sacarles ese contenido, vaciarlos de significado, dejar sólo las cáscaras. Por eso los llamo “dispositivos de deleite”. Simbolizan algo, pero muchas veces ese significado está vacío. Depende de quien los mire. De hecho, la primera vez que mostré este proyecto fue en Colombia, en Artbo, hace unos diez años. Expuse copias de bustos de diferentes mártires peruanos. Mi foco no es tanto el arte urbano, sino el objeto simbólico en el espacio público.

También ha trabajado con propaganda política y grafitis en ciudades como Lima o Buenos Aires. ¿Cómo percibe esa dinámica en Bogotá, que tiene una fuerte tradición de arte callejero y muralismo?

Me interesa la propaganda política que se produce. Durante las elecciones en Perú, las ciudades son bombardeadas con promesas, logotipos, eslóganes... Una maquinaria de persuasión brutal. Los partidos políticos pintan todo, es muy agresivo. Y yo respondo de forma igual de agresiva: me apropio de sus símbolos y sus frases. A veces esas paredes están intervenidas por artistas callejeros, pero no es lo que más me llama la atención. En Colombia he visto algo diferente. Las ciudades están muy intervenidas, sí, pero también hay una convivencia alucinante entre patrimonio y vandalismo. Eso me encanta. Me atrae mucho cuando hay una expresión clara de descontento. Las paredes te hablan. Puedes leer ahí lo que está pasando, lo que la gente está sintiendo. Eso me interesa más, ese tipo de registro.

Casa, uno de sus primeros proyectos, exploraba lo íntimo y lo doméstico. Ahora su trabajo se proyecta más hacia el espacio público. ¿Cómo ha sido esa evolución?

Siempre me ha interesado trabajar con el contexto. Mis obras nacen del espacio en el que se van a mostrar, ya sea una galería, un museo o el espacio público. Lo que ocurre en la ciudad influye directamente en mi trabajo, de una manera directa o indirecta. Mis últimas obras, por ejemplo, están influenciadas por la pandemia. Es algo que nos tocó a todos, en todas partes. Y creo que esos temas globales se pueden conversar desde cualquier ciudad. Entonces sí, el contexto es clave para mí. Y ese interés me puede llevar tanto a un espacio público como a uno cerrado. Pero siempre hay una relación con lo exterior, con la realidad.

La tecnología es una constante en su obra. ¿Cómo ve la relación entre arte, tecnología y sociedad hoy?

Estamos completamente inmersos en ella. Vivimos, sentimos, percibimos a través de dispositivos. Ya la gente ni mira lo que tiene al frente: graba un concierto sin ver realmente lo que está pasando. Todo lo ve a través de una pantalla. Yo uso la tecnología como herramienta. Me interesa la web como repositorio de información, como un espacio para construir motores de búsqueda que relacionen datos y cuestionen situaciones sociales o políticas. También me interesa la inteligencia artificial, en la medida en que permite leer y repensar nuestra realidad, incluso cuestionarnos a nosotros mismos como sociedad.

La BOG25 busca abrir un diálogo entre arte y ciudad. ¿Qué impresión tiene de esta bienal?

Me parece un planteamiento interesante. A veces las bienales se pierden porque hay demasiadas sedes o propuestas sin una línea clara. Acá han creado una ruta sólida en una ciudad con un patrimonio arquitectónico impresionante. Lo están revalorizando y eso es importante. Hay una potencia visual e histórica en el centro de Bogotá que puede hacer de esta bienal algo contundente y memorable. Estoy muy entusiasmado.

¿Y qué pueden dejar estas bienales en el espíritu de las ciudades?

Mucho. Pero también depende de cómo se gestionan y de lo que proponemos los artistas. Si tenemos la oportunidad de mostrar algo en el espacio público, tenemos también la responsabilidad de abrirnos al diálogo. Que no sea algo hermético. Que podamos dejar un mensaje, algo que se recuerde. Aunque sea un detalle, pero que conecte con la gente.

Jose Martinat
 



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