lado B del rock noventero bogotano

El ‘lado B’ del rock noventero bogotano: una época de ironía y desencanto

En unos años marcados por el desencanto, la experimentación y también la ternura, el rock noventero bogotano floreció en medio de la adversidad. Bandas de fugaz existencia crearon sonidos y poemas lúcidos, forjando una identidad que aún resuena en la memoria de muchos y muchas. En el día mundial del rock, este artículo es un homenaje a aquellas agrupaciones que, aunque efímeras, marcaron -para siempre y desde el underground- la historia musical de Bogotá.

Por: Astrid Ávila Castro

¿Existe una identidad del rock colombiano? Y más aún: ¿existe una identidad del rock bogotano? Estas preguntas, de difícil resolución, nos conducen a otras: ¿desde cuándo se hace rock en Bogotá? ¿Cuáles sonoridades lo han tejido?¿Qué papel han jugado las mujeres en este género, tan masculinizado? ¿Cómo era ‘la escena’ antes de Rock al Parque y qué cambió desde 1995 con su llegada? 

Pero además nos lleva a preguntarnos: ¿Por qué la historia de nuestros sonidos parece tan difusa? ¿Por qué se instalaron más profundamente bandas extranjeras en nuestra cultura? ¿Por qué nos costó mirarnos al espejo, musicalmente y políticamente hablando? Algunas de esas respuestas tal vez estén insinuadas en los surcos de viejos vinilos, casetes y cedés, hechos a la medida de las utopías del momento. 

Los inicios del rock en Colombia

La historia del rock colombiano se remonta a 1957, como cuentan Luis Daniel Vega y Umberto Pérez en ‘Una idea des-cabellada: instantáneas del rock en Bogotá (1957-1975)’. El surgimiento del rock en Colombia estuvo marcado por una combinación de influencias cinematográficas y radiofónicas. Películas como ‘Semilla de maldad’, ‘Rebelde sin causa’ y ‘¡Salvaje!’ se proyectaron en los cines de Bogotá a finales de los años 50, impactando a la juventud y definiendo su estilo de vida y vestimenta. A finales de 1959, el enfrentamiento entre las bandas Los Danger Twist y Los Dinámicos en el Teatro Colombia fue uno de los primeros eventos significativos de rock en el país. Al año siguiente, la presentación de Bill Haley and His Comets en el mismo teatro consolidó aún más el movimiento rockero en Bogotá. Durante la década de los 60 surgieron numerosas bandas, como Los Daro Boys. Entonces aparecieron Los Yetis y Los Ampex. A la sombra de los grupos mayoritariamente masculinos aparecieron también figuras como Margie, Vicky e incluso una banda de rock conformada exclusivamente por mujeres muy jóvenes: Szavesta. Más adelante aparecieron Elia y Elizabeth. La emisora Radio 15 apoyó a Los Speakers, quienes lanzaron su álbum homónimo en 1966, considerado el primer disco de rock grabado por una banda nacional.

El rock continuó transformándose con bandas como Los Flippers y Los Young Beats. Chapinero, en Bogotá, se convirtió en el epicentro del rock a finales de los 60 y principios de los 70, con discotecas y espacios de encuentro para las y los jóvenes rockeros. A pesar de la desaparición de muchas discotecas, el rock siguió su camino con bandas como Columna de fuego y la Banda nueva. 

Llegaron los noventa y Bogotá explotó

Después de una década relativamente calmada para el rock local -durante los 80-, en los años 90 Bogotá vivió una época de experimentación con nuevos sonidos, una actitud irónica e irreverente en medio de la guerra del narcotráfico y la llegada del primer festival de rock gratuito del país: Rock al Parque. Mientras Aterciopelados, La Derecha y las 1280 almas le ofrecían a un público cada vez más grande sus encantos, el punk abría nuevos caminos y el metal brillaba, y en medio de un cambio de década violento que se inició nada más y nada menos que con una nueva Constitución Política que cargaba la guerra del narco a cuestas, del fango brotaron improbables flores musicales: bandas de rock desencajadas que, con humor e ironía, además de pocos recursos y limitada difusión, compusieron y grabaron discos, hicieron fanzines, tocaron en festivales y bares (Barbarie, La casona, Estación central, Barbie, Kalimán, Transilvania, La bodega, TVG (Te Veo Grave), Vena Arteria y Bol&Bar, por mencionar algunos) y, a pesar de existir por tan solo un par de años, se instalaron en las memorias personales de un puñado de fans que aún hoy las recordamos con nostalgia y alegría. 

Todas estas bandas guardan un espacio importante en nuestro sentir por su espíritu rebelde y desencantado. Hoy, en el día mundial del rock, recordamos a Hora Local, Distrito Especial, el Bloque de búsqueda, la Orquesta Sinfónica de Chapinero, Necronerds, Danny Dodge, Catedral y Pepa Fresa como pilares de esa época luminosa, rebosante por igual de belleza y hastío. Estas agrupaciones no sólo crearon música única en medio de la adversidad, sino que también ayudaron a construir una escena que intenta sobrevivir en la memoria tanto de quienes vivieron aquellos años como de quienes, años después -y aún hoy-, cedieron ante la curiosidad y desempolvaron esos discos o, en el mejor de los casos, decidieron hacerse a un instrumento y componer e interpretar canciones de rock mutante inspirados en sus viejos ídolos locales.

De la mano del periodista musical Luis Fernando Rondón y de otros entusiastas del rock colombiano, a continuación hacemos un recorrido por ocho bandas que consideramos ‘de culto’ por varias razones: grabaron solamente uno o dos discos, desafiaron lo establecido con su sonido, sus palabras y su actitud ante el mundo, dieron cuenta de un inicio de década violento y construyeron un lugar permanente en las memorias individuales y colectivas de una ciudad agobiada por el dolor, a pesar de (o gracias a) que no conquistaron los grandes mercados masivos ni el mainstream. 

Hora Local: rock burlón desde las entrañas de Chapinero


Hora Local, la banda más veterana de este grupo junto a Distrito, comenzó su trayectoria en 1986. Con su disco ’Orden público’ de 1991 dejaron un legado de letras divertidas y críticas, con una estética fanzinera influenciada por otro proyecto de culto de sus creadores: la revista ‘Chapinero’, que existió entre 1986 y 1989 y cuyo tiraje nunca superó los 300 ejemplares. Como anunció el periodista Santiago Rivas en las notas introductorias de la reedición de la revista, hecha por BibloRed y de consulta gratuita: “Mirando con atención, se pueden ver asomándose las letras de Hora Local, los experimentos musicales de la Orquesta Sinfónica de Chapinero, la revista Semama, Zoociedad, el Diccionario de la CH y muchas otras creaciones que se insinuaron primero en las páginas llenas de ácido de la revista Chapinero”, cuenta.

Revista Chapinero de Eduardo Arias y Karl Troller

 

Para la investigadora Adriana González la banda estaba conformada por “​​gente ​con ​deseos ​de ​meterse ​al ​mundo, ​​de ​entender ​el ​mundo, ​de ​encajar ​el ​mundo ​dentro ​de ​ellos y de ​encajar ​el ​mundo ​dentro ​de ​su ​ciudad. ​Es ​difícil ​decir ​si ​es ​un ​disco ​de ​rock ​progresivo ​o ​un ​disco ​de ​punk ​o ​un ​disco ​de ​rock ​art, porque ​tiene ​tiene ​tanto ​de ​Sonic ​Youth y ​de ​Pink ​Floyd como ​de ​The ​Clash”, reflexiona sobre la agrupación conformada por Karl Troller (voz), Luis Uriza (voz), Ricardo Jaramillo (guitarra), Eduardo Arias (bajo), Nicolás Uribe (bajo y después guitarra), Pedro Roda (teclado), Fernando Muñoz (bajo) y Gonzalo de Sagarmínaga (batería). Gonzalo también hizo parte de los Necronerds y de Sociedad anónima, banda que en 1989 lanzó ‘El álbum de menor venta en la historia del disco’, con hits inolvidables como ‘La causa nacional’ y ‘El río Bogotá’.

Portada de 'Orden público' de Hora Local

Portada de 'Orden público'. Archivo personal de la autora.

Hora Local fue una arriesgada materialización de aquellas sátiras cultivadas años atrás, dándole vida a una nueva incorrección política e incubando un sonido que tomó elementos de bandas como Siniestro total y Kaka de Luxe. González dice que Arias y Troller le abrieron la puerta a una suerte de modernidad “sin tener búsquedas de lo autóctono, a diferencia de otros grupos de ese momento. Ellos estaban preocupados por lo progresivo y por la movida madrileña. Ese disco es una búsqueda incesante de identidad”, concluye.

Distrito: el rock mira hacia adentro y vive

Fue creada con el nombre de Distrito Especial en 1986 por Bernardo Velasco (guitarra y voz) y Carlos Iván Medina (teclados y voz), quienes más tarde se unieron al barranquillero Einar Escaf (batería y voz). En una descarga vertiginosa de progresivo con grandes influencias del rock argentino, junto a una renovada visión de la música colombiana, Distrito emprendió una decidida búsqueda de la identidad nacional en su primer disco: ‘DE-Mentes’ de 1989, con letras inspiradas en la vida popular bogotana en temas como “El escusado” y “CAI Policía”. 

Medina contó que la primera vez que se pusieron al frente de un público fue cuando se reacomodaron los restos de Jorge Eliecer Gaitán, en el Centro Gaitán, el 9 de abril de 1988. Esta escena simboliza la capacidad de la banda para tejer puentes entre el pasado y el presente y entre el asfalto ruidoso de la capital y los vientos que evocaban nuevas posibilidades. 

Ya hacia mediados de los noventa publicaron su segundo disco, ‘Documento’ (1996), con el sello Gaira Música Local de Carlos Vives, donde cantaron: “Mientras no tengamos metro yo no vuelvo a trabajar” en el ‘Bus del blues’, un homenaje al ‘Blues del bus’ incluido en el disco ‘La gran feria’ de la Banda Nueva (1973) y “secuestraron a Dios (y el rescate nadie puede pagarlo)” en S.A.D, y también entonaron dos icónicas canciones que bien podrían servir como himnos extraoficiales de Bogotá: ‘Candelaria’ y ‘Bogotá’.

Para el periodista musical Luis Daniel Vega: “Su búsqueda, basada en una acertada amalgama de funk, rock progresivo, blues, cadencia andina y ritmos caribeños colombianos, derivó en un estilo muy inusual que ellos llamaron gastrofunk o, como lo explica el mismo Medina, funk que brota de las entrañas colombianas”.  El investigador Andrés Gualdrón cuenta que “era una música muy avanzada para su momento, con elementos tanto del minimalismo gringo, una armonía Spinettera y ritmos colombianos tocados con un nivel muy alto. Las letras no se tomaban tan en serio a sí mismas. Era una vaina muy real”, concluye.

Necronerds: música para extraterrestres

Una de las bandas bogotanas más efímeras y enigmáticas del cambio de década fue Necronerds. Se conformó en 1989, lanzó su primer y único disco, ‘Jupiterino’, en 1990, e inmediatamente después se desintegró, dejando a su paso una estela de misterio y fascinación. Influenciados por la estética y la disrupción de la movida madrileña, así como por el new wave, el post punk y el synthpop, su ímpetu reveló un sonido extraño, inclasificable, y una visión desencantada tanto de lo local como de lo extranjero, con letras irónicas que incluso les permitieron burlarse de sí mismos, del país y de sus amigos.

Conformada por Simone Balmer (voz), Gabriel Madero (bajo), Fernando Muñoz (guitarra) y Gonzalo de Sagarminaga (batería), fueron un puñado de jóvenes quienes les hablaron directamente a sus colegas artistas: “Te encontraste con los punks / te las das de muy loquito / pero eres un burgués” cantaron en ‘París’ y, en sus doce canciones, como escribió Luis Daniel Vega, “se burlaron de la arrogancia elitista de la intelectualidad colombiana con ‘Gafas lentas’ y ‘Detesto el new wave’, retrataron con desazón la resaca culposa de los placeres de la cocaína en ‘París’ y retaron a la moral pacata con ‘Sexto mandamiento’, una invitación lúbrica adornada con un poema de León de Greiff”, contó. 

Portada del disco Jupiterno de Necronerds

Portada de 'Jupiterino'. Archivo personal de la autora.

El Bloque de Búsqueda: nosotros de rumba y el mundo se derrumba

Simultáneamente a la segunda producción discográfica de Distrito Especial, se cocinaba el Bloque de Búsqueda, el mismo nombre que recibía la unidad de operaciones del Grupo Élite de la Policía Nacional encargado de perseguir a Pablo Escobar después de su fuga de La Catedral. Más de ocho músicos sentenciaron en su primer disco homónimo de 1996, publicado por el sello Gaira: “¡no queremos limpieza social!”, “por andar buscando olvido me he olvidado del amor” y el que podría ser el eslógan de la década: “¡nosotros de rumba y el mundo se derrumba!”. 

Portada del disco del Bloque de búsqueda, banda bogotana

 

El Bloque estuvo conformado por Ernesto ‘Teto’ Ocampo: una de esas figuras bellas y anómalas que, sin grandes aspavientos, terminan por incrustarse en el sonido de varias generaciones musicales. Nacido en Río de Oro, Cesar, y fallecido en 2023, fue un guitarrista y compositor cuyo trabajo trazó buena parte del camino de la música colombiana contemporánea. Su trabajo a lo largo de más de tres décadas persiguió la alquimia primordial en los ritmos tradicionales colombianos junto al rock, el jazz y la electrónica. En 1993 se unió a La Provincia, la banda de Carlos Vives, y participó en los álbumes ‘Clásicos de la provincia’ y ‘La tierra del olvido’. Sus solos de guitarra quedarán en nuestra memoria para siempre. 

Junto a Iván Benavides (voz, guitarras), Mayté Montero (gaitas, maracas, voz), Luis Ángel Pastor "El Papa" (bajo), Carlos Iván Medina (teclados, voz), Álex Martinez (tambora, percusión) Gilbert Martínez (percusión) y Pablo Bernal (batería), el Bloque cantó hermosamente en el ‘Rap del rebusque’: “sufrí la estafa, el desdén, la corruptela / todos como sanguijuelas me timaron  / me quitaron todo el pan / y conviví con la sevicia, con la astucia / la avaricia, la vagancia / la mentira, la carencia y la sandez” y construyeron una improbable versión de ‘Babe I’m Gonna Leave You’ de Led Zeppelin llamada ‘Nena’.

“Este disco me parece una obra mayor en la historia de la música colombiana. Yo creo que fue un verdadero parteaguas. Ahí pasaron tantas cosas: Teto Ocampo y todos estos músicos genios tratando de encontrar una manera de acercarse, por un lado, a la raíz; por otro lado pegaron un hit en la radio que fue ‘Hay un daño en el baño’, mientras todo lo demás en el disco es político, contestatario, es puro rock con instrumentos autóctonos. Es como la pirámide de Egipto: hay que sentarse tres siglos a mirarla para ver qué más nos dice”, afirma Adriana González.

La Orquesta Sinfónica de Chapinero: sátira política con un velo de delirio

Este experimento expandido, liderado por Eduardo Arias y Karl Troller y nombrado como el Hotel Regina y la Orquesta Sinfónica de Chapinero, en 1990 lanzó el álbum ‘¡Gaitanista!’, un guiño al ‘Sandinista!’ de The Clash, que incluye otros referentes al rock anglosajón, como su canción-collage sonoro ‘Revolution number 9 de abril’ que hace alusión tanto al Bogotazo como a la pieza experimental ‘Revolution 9’ de los Beatles. Al mismo tiempo, estos dos amigos de tiempo atrás se vinculaban al equipo de guionistas del programa Zoociedad, protagonizado por Jaime Garzón. 

No fue casualidad que el disco anticipara una renovada forma de hacer música: experimental y radicalmente satírica, con la libertad necesaria para componer piezas de rock veloz y a la vez obras contemporáneas de música experimental. El elepé, que hizo parte del efímero y casi imaginario sello Discos Roxy que también publicó ‘Jupiterino’ de Necronerds y ‘Orden público’ de Hora Local, contiene un inserto igual de desafiante que la música: es a la vez un compendio de letras, un manifiesto, una obra de arte contemporáneo y un pasquín hecho de créditos absurdos con nombres inventados y reinventados, textos posapocalíticos y un collage que sintetiza, con desencanto y ternura, la realidad política y cultural de la época. 

Inserto del disco GAITANISTA de la Orquesta Sinfónica de Chapinero

Inserto del disco ¡Gaitanista! Archivo personal de la autora.

Danny Dodge: los primeros pasos del ‘indie’ bogotano

Danny Dodge tuvo como antecedente dos bandas en las que su guitarrista participó: Sentencia y Enchiladas atómicas. La conformaron en 1993 Iseult Cortés (voz), Daniel Jones (guitarra), Carlos Lozano “Pepino” (bajo) y Andrés López “Guguillo” (batería), quienes tenían influencias desde el grunge hasta el punk: Nirvana, Red Hot Chilli Peppers, Pixies, Sonic Youth, The Clash y PJ Harvey, quien influenció principalmente a su cantante norteamericana: Iseult, dotada de una voz álgida y misteriosa, bellamente oscura. 

Flyer de concierto de Danny Dodge y Catedral

Flyer del archivo personal de Óscar Beltrán

En 1995 lanzaron su primer y único disco, ‘Edad senil’, que contiene 19 canciones en inglés y en español. Una suerte de manual para el amor y la rabia atravesado por riffs surferos, nostálgicos y ruidosos, el disco fue grabado en Chinauta, en un solo bloque, por el ingeniero Raúl Hernández, integrante de la banda de hardcore Sin salida: un personaje perturbador obsesionado con las armas, que amenazó con una nueve milímetros al ingeniero de Soda Stereo a quienes les abrieron ese mismo año, durante el tour ‘Sueño Stéreo’. 

Aunque la existencia de la banda fue tan turbulenta como breve y se desintegró en 1997, también hicieron parte de la histórica primera edición de Rock al Parque en 1995. Según Rondón, Danny Dodge “emulaba ese ​sonido ​independiente ​norteamericano ​como ​Pixies ​o ​The Breeders. Hacia ​el ​final, incluyeron ​vientos ​en ​su ​música ​y ​eso ​también ​los emparentó ​con ​ciertos ​aires ​de ska y reggae”. Y tal vez fue ese salto a otros sonidos lo que terminó por llevar por caminos distintos a sus integrantes, cuando un segundo disco no publicado ya estaba a puertas de terminarse. “Danny Dodge no sonaba como ninguno de los grupos que conforman la divina trinidad noventera: no sonaba a Los Aterciopelados, ni a La Derecha ni, mucho menos a 1280 Almas. Eso fue lo enriquecedor de los grupos de aquella época: era como si cada propuesta no tuviera reglas, ni géneros musicales. Se llegaba a la conciencia de un todo, a una unión sin fronteras, sin distinción”, afirmó Rondón.

Catedral: un sueño perdido en una ciudad hostil

Conformada por Amós Piñeros (voz y violín), Tomás Rueda (bajo), Miguel Navas (guitarra) y Andrés Crump (batería), Catedral lanzó su único álbum en 1994, perviviendo en la memoria de un grupo de oídos inquietos a pesar de su corta existencia. Amós Piñeros después formaría la banda Ultrágeno

Catedral logró grabar su debut homónimo  -saludo y despedida- en 1994. En las notas de Jairo Peñuela sobre el disco se lee: “Como quien dice: chao glam, no te quiero ni a ti, ni a tus videos, ni a tu música. Mi moda es la antimoda, mi música es el grunge, mis templos son los bares y lo mejor que tengo es que soy joven para vivir en ese sueño soporífero. Bienvenidos los noventa, momento para excedernos con todo, hasta con la esperanza y la melancolía”, palabras que resumen el sonido del único disco de Catedral.

‘No hay realidad, todo está ido’ sentenciaron entre poemas nihilistas y crudamente bogotanos, en una conexión espiritual y sonora con otras bandas de la década, como Juanita Dientes verdes de Medellín. Adriana González cuenta: “es un disco grunge. En ese momento estaba pasando ‘La tierra del olvido’ y los Aterciopelados diciendo ‘sumercé’. Todo el mundo estaba confundidísimo. Y el disco es abigarrado musicalmente: es una persona de veintipico años tratando de decirlo todo en un solo disco”, concluye.

Pepa Fresa: un ‘lado B’ agresivo y dulce

Pepa Fresa fue una banda efímera y apasionada, que impregnó la segunda mitad de los 90 de un sonido intenso y letras que salían del fondo de la rabia y el amor. Conformada por la cantante y actriz Jimena Ángel (voz), Saúl Trujillo, (guitarra), Miguel Ramón (guitarra), Santiago Roa (bajo) e Ignacio Bedriñana (batería), trazó puentes entre el rock, el blues, el funk y tonadas tradicionales colombianas. En su primer y único disco homónimo, de 1997, Jimena pisó fuerte y nos guió hacia un universo en el que caminaba atraída por un “Destinito fatal” para después gritar un trabalenguas crudo y pesado en “Celosalía” y finalmente regresar a los paisajes oníricos a través de un dulce “Insomnio”.

Infravalorado y clandestino a su manera, a pesar de haber sido publicado por Sony, el disco de Pepa Fresa -con ironía, un groove maravilloso en el bajo, guitarras divertidas y guiños colombianos en la batería- sentenció en ‘Mala suerte’: “Donde busco ternura solo hay rocanrol”. Jimena, que había empezado a los 16 años en la música cantando blues en amanecederos de poca monta y que desde preadolescente escribía canciones en los buses de Bogotá, sollozó con dignidad: “No hay nada que me pueda herir más, no hay nada que me pueda matar” en ‘Qué más da’, para cerrar con una versión de ‘Ciudad de pobres corazones’ de Fito Páez, regalándonos un documento sonoro aún inexplorado: lo que podríamos llamar ‘el lado B de Shakira’ (quien para ese año ya popularizaba las canciones de ‘Pies descalzos’, lanzado dos años atrás).

Para Luis Daniel Vega, este disco es eterno e inolvidable: "No sólo perdimos la cabeza con la voz salvaje y sensual de Jimena Ángel: era la perfecta combinación de funk, delicados bambucos, algunas canciones densas y la sombra indeleble de Bloque de Búsqueda. Perseguimos a la agrupación por Rock al Parque, la Media Torta, el Teatro Nacional de la Soledad, el parque de la Independencia y en algunos bares, donde nos dejaban entrar”, recordó. 

Estas bandas, surgidas de las vísceras de Bogotá, junto a otras como Sociedad anónima, Marlohábil, Yuri Gagarín y los Correcaminos, Morgue, Akerrak, Vértigo, Carpe Diem y Sagrada escritura, no sólo esbozaron unos años dorados para la música local desde un underground difícilmente clasificable, sino que también ayudaron a forjar una escena cultural, como reflexiona Rondón: “Cada una de estas bandas, desde su propuesta musical, ayudó a construir una escena y a reforzar las pocas tarimas que había en la ciudad de Bogotá durante aquellos años 90, como bares, salas de concierto y lo que posteriormente sería el festival Rock al Parque. Aunque muchas de ellas solo lograron grabar un álbum, su impacto perdura y su música sigue siendo un testimonio del espíritu innovador y rebelde de la época”, concluyó.

Epílogo

El día del rock surgió a partir del Live Aid de 1985, que consistió en dos conciertos simultáneos, en Londres y Filadelfia, donde se presentaron bandas como Led Zeppelin, Queen, Sting, Judas Priest, The Who, Black Sabbath, U2 y Paul McCartney, entre muchas otras, con el objetivo de recaudar fondos contra la hambruna en África. A pesar de que la causa fue importante y las bandas que se presentaron marcaron la historia del rock mundial, en este día rescatamos las pregunta por nuestra identidad musical local por encima de las bandas extranjeras. Por eso volcamos la mirada hacia los rumbos que han tomado nuestras sonoridades con la esperanza de que, tal vez mirando hacia atrás y hacia adentro, tengamos más herramientas para proponer nuevos horizontes para el rock hecho en Bogotá.

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