
Don Hernando y los carros de balineras que bajan volando
*Una crónica desde las cuestas del barrio La Victoria, en la localidad de San Cristóbal, sur de Bogotá.
Escrita por Alejandro Muñoz Prieto
Nadie sabe con exactitud cuántos carros esferados ha armado Hernando con sus manos, pero todos en el barrio La Victoria, en la localidad de San Cristóbal en Bogotá, sí coinciden en algo: sin él y su inquietante espíritu juvenil y amor por estos vehículos artesanales, el rugido de las balineras no tendría historia; de manos firmes y voz aguda, decidió darle cambios a su vida radicalmente y dedicarla al servicio de la comunidad.
Para la época era un soñador. Quizás un astronauta en la tierra, o simplemente un líder que encontró su razón de vivir desde muy joven. Eso sí, siempre ha sido un hombre con vocación social y comunitaria, rasgo que lo ha caracterizado -y definido- a lo largo de sus 64 años. Apodado como el “Abuelo”, Hernando Merchán se echó a cuestas, quizás sin imaginarlo, la creación de las pistas de vuelo para sueños con ruedas, denominado así por los habitantes de la cuadra, y 6 jóvenes que crearon ARTÍFICE, un grupo de teatro comunitario también surgido en esta zona del sur de la ciudad.
Por el año 2002, Merchán bajaba el primer bólido hecho con retazos de madera, rodamientos reciclados de una nevera vieja y una cuerda amarrada al timón, casi siempre estrellándose contra la puerta de los Bautista, una de las tantas familias fundadoras del barrio “La Victoria” y que ha habitado por 60 años en el lugar, situación que fue tan recurrente que se convirtió en una graciosa anécdota de vida.
Desde entonces, cada año y hace 23 años, San Cristóbal se transforma. Los niños corren con tablas, los papás martillan, y las mamás —entre asustadas y cómplices— ofrecen tinto a sus maridos, mientras supervisan que los tornillos no estén flojos. El Festival de las Balineras, como se bautizó en el año 2002, se volvió más que una carrera: se convirtió en una fiesta popular de mecánica, tradición y alegría alrededor de la olla comunitaria con el único requisito que es el de llevar su propio plato y cubiertos para poder compartir en comunidad.
Hernando, junto con ARTÍFICE, aún lidera la movida y junto a sus 3 hijos Karen, María Fernanda y Elvis, viven en una casa que parece más un taller de artistas: paredes que cuentan historias, rincones llenos de color y una energía creativa que no descansa. Sobre las repisas guarda fotos en blanco y negro de los primeros campeones, trofeos oxidados y llantas huérfanas que aún “sirven para algo”. Cada año convoca junto a su equipo de colaboradores a niños, jóvenes y en los últimos tiempos, también a adultos mayores que quieren volver a sentir el vértigo de bajar las calles sin motor. —Es que esto no es solo juego, mijo —dice el “Abuelo”, sentado junto a un carro recién pintado por los niños de la comunidad y sus colaboradores—. Esto es una forma de decir: aquí estamos, ésta es nuestra calle, nuestra historia.
En 2012 el festival se trasladó a Costa Rica, donde fueron invitados y, a pesar que ya han salido del país con esta iniciativa, como lo indica Hernando: “En estos años se han presentado retos, pero la comunidad sigue aferrada y año tras año sigue creciendo en todos los sentidos el festival, siempre crecen las inscripciones. Hemos incorporado talleres de seguridad, las categorías infantil, juvenil y mayores. Todo el festival es para la familia”.
Las balineras dejaron de ser un riesgo para volver a ser un ritual. En la actualidad, el festival hace parte de la Red de Eventos de la localidad, que inició en el año 1993 y hoy, bajo la sombrilla de la política cultural de San Cristóbal, es uno de los 18 eventos que se realizan anualmente con el apoyo del programa Más Cultura Local. Este año, el “abuelo” no competirá. “El dolor en el brazo y hombro derecho ya no le da para eso”, bromea. Pero estará al frente de la organización, y por qué no, del cronómetro, vestido con su atuendo totalmente negro con el logo del festival en el pecho que dice: Las Balineras se toman la cultura.
El “abuelo” ajustó las cuerdas de los carros de madera que rodaron por la empinada calle y con algo de nostalgia el efímero y vibrante sonido que hasta el otro año nuevamente rodará por estas vías. Esto fue como un eco del pasado, una señal de que en San Cristóbal la memoria también se mueve en ruedas. Porque mientras existan niños con ganas de correr, abuelos que enseñen a construir y barrios que celebren sus costumbres, las balineras seguirán bajando, volando, resistiendo.
Este evento hace parte de la Red de Eventos Artísticos y Culturales de San Cristóbal, en cumplimiento del Acuerdo Local 077 de 2016. La carrera se realizó el domingo 22 de junio con categorías para todas las edades, talleres previos y actividades culturales abiertas a toda la comunidad.
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